19 L a p i e d r a n e g r a La Dama: ¡Es el mejor para ser tu ministro! Se escuchan voces en la puerta. Luego entra el mayordomo Nasr gritando: El mayordomo Nasr: ¡Ibn Al-Mu’taz! ¡Ibn AlMu›taz! Señala la puerta por la que entró y todos se sorprenden y asustan. Entra Abdullah Ibn Al-Mu’taz, un anciano que exhibe los efectos de la batalla, y con él Mu’nis alKhadim y Mu’nis al-Khazen, cada uno de los cuales ha atado una cuerda en cada una de las manos de Ibn Al-Mu’taz. La dama (burlándose de Ibn Al-Mu’taz): ¿No fue suficiente el dinero que recibiste? Abdullah Ibn Al-Mu›taz: Desde que mi padre, el califa Al-Mu’taz, fue asesinado y este Estado entró en declive, en lugar de victorias acontecieron derrotas de los carmatianos en todas partes. Y en lugar de ciencia, conocimiento y sofisticación, entregaste al chico a sus propios placeres e hiciste que las mujeres y los sirvientes se encargaran de los asuntos del Estado. ¿Alguien se cree que esta sirvienta, Thomal, fue nombrada miembro de la Junta de Quejas Formales? La vida empeoró cuando asumió el cargo. ¡El dinero se esfumó de las casas de la moneda y los musulmanes se dispersaron!
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